Una persona que deja atrás la seguridad del último campo de altura y arranca camino de la cima de una gran montaña recuerda, casi inevitablemente, a las primeras naves que sondearon el espacio. Sabían dónde ir pero nunca estaba claro que regresarían. Un alpinista que persigue la cima de una montaña como el Nanga Parbat, una cima que hasta hace unos días nadie había pisado en invierno, agita en su cabeza un cóctel explosivo de determinación y ambición permanentemente confrontado a la necesidad de sobrevivir. Alcanzar la cima puede ser más sencillo que tener fuerzas para deshacer el camino.
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